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Ya a primera vista, se puede apreciar que todo el cuerpo, en especial la espalda y los muslos, están cubiertos por lesiones pequeñas en forma de mancuernas. Se observan más de 120 lesiones de este tipo. Sin duda, se trata de marcas de flagelación.
La flagelación era una pena terrible que se utilizaba en la antigüedad principalmente con la intención de reforzar el efecto disuasorio de una condena. Los romanos imponían la flagelación como un castigo aislado o como pena anterior a la crucifixión. El reo recibía la cantidad de azotes que resultara necesaria para que llegara con vida al lugar de la crucifixión. La flagelación comenzaba ya en el juicio con el llamado “flagrum”.
Existían distintos tipos de flagelación romana. Se desvestía al reo y se ataban sus manos a una columna baja. De esta manera, la espalda quedaba encorvada. Muchas veces eran dos los verdugos que, desde ambos lados del cuerpo, lo azotaban. De hecho, se puede apreciar que el “Hombre de la Sábana” recibió azotes desde dos direcciones. Solo quedaron ilesas sus manos y la parte inferior de sus brazos.
Las heridas que presenta se atribuyen a un tipo de flagelo que tenía varias correas rematadas con cuentas de metal dobles unidas entre sí.
Cuando se aplicaban los azotes, estas terminaciones metálicas causaban contusiones, hematomas y laceraciones. Una flagelación violenta podía provocar un shock traumático y hemorrágico grave debido a la pérdida de sangre, fluidos, electrolitos y proteínas, llegando incluso a la muerte del condenado. Tanto en el hombro derecho como en el izquierdo del “Hombre de la Sábana” las marcas de los azotes son más anchas y planas apreciando también heridas por abrasión, posiblemente causadas por la presión y el roce de un objeto pesado.

Imagen de la espalda: Rastros de flagelación y ejemplo de una flagelo romano. Las heridas que provocaban las cuentas de plomo se corresponden con el diagnóstico traumatológico del “Hombre de la Sábana”
Resulta importante pensar en el vía crucis de un reo. Como pena adicional, se podía obligar a un condenado a llevar el travesaño de su propia cruz (“patibulum”) hasta el lugar de su crucifixión. Este travesaño pesaba entre 50 y 80 kg y solía estar fabricado con madera irregular con cantos pronunciados.
No es posible determinar la cantidad de azotes que recibió el “Hombre de la Sábana” basándose solamente en las más de 120 marcas. Para poder hacerlo, es necesario saber cómo era el flagelo y la cantidad de correas que presentaba. Sin embargo, lo que sí se puede conocer a partir de las marcas de los azotes es que se trataba de un flagelo romano y no de uno judío. Según la legislación judía, solo se podía azotar a una persona hasta cuarenta veces y la flagelación solo podía llevarse a cabo en una sinagoga.
Si se analizan las múltiples heridas desde un punto de vista traumatológico, se puede concluir, por su intensidad, que se utilizó un flagelo romano y que en este caso, no se trató de una pena común previa a la crucifixión, sino que fue un castigo individual. “El Hombre de la Sábana” debió soportar una fuerte flagelación y posteriormente la crucifixión.
Buscando una fuente antigua que pudiera dar cuenta del hallazgo tan especial de la Sábana, se recurrió al Nuevo Testamento. Los Cuatro Evangelios son una fuente primaria antigua y también un testimonio de fe escritos aproximadamente entre el año 70 y 100 después de Cristo.
Es justamente la fe judeo-cristiana la que pone especial énfasis en los sucesos históricos, con la finalidad de dejar asentada la revelación de Dios y su obra como relato de lo que sucede en nuestro tiempo y en nuestro mundo. Restaría confirmar si existe una interrelación, ya que los evangelios podrían esclarecer el hallazgo de la Sábana Santa mientras que la Sábana en sí misma podría confirmar y acercarnos los testimonios de los Evangelios en relación con la pasión de Jesús.
El evangelista Juan relata la pena de flagelación que Poncio Pilato le impuso a Jesús de Nazaret. Jesús debía cumplir una pena individual de este tipo para apaciguar al Alto Consejo de los Judíos y al pueblo y disuadirlos de que lo crucificaran. Pilatos quiso liberar a Jesús de Nazaret después de haberlo azotado con crudeza.
“Pilato mandó entonces a azotar a Jesús. […] Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: « ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» Pilato les dijo: Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”.
(Juan 19:2-6)
Lo que los sinópticos describen concordaría sin dudas con el estado en el que queda una persona después de cumplir una fuerte pena de flagelación: Jesús debe haber estado tan débil en su vía crucis que los soldados romanos ordenaron a un hombre que pasaba por ahí que llevara el patibulum de Jesús durante un rato. Este acto no fue seguramente producto de la compasión, querían que Jesús llegara con vida al Gólgota (Lucas 23:26; Marcos 15:21;Mateo 27:32)
“Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús”. (Lucas 23,26)