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Texto del mensaje por video del Papa Francisco en ocasión de la Exposición de la Sábana de Turín durante el Viernes Santo. 30 de marzo de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco al Señor por habernos regalado, gracias a los medios de hoy en día, la oportunidad de poder acercarnos al Sudario. Incluso si sucede de esta manera, no es solo una mirada de nuestra parte, sino una adoración, es una mirada de oración. Yo diría más, es un “dejarse mirar”.
Este rostro tiene los ojos cerrados, es el rostro de un difunto y, sin embargo, misteriosamente nos mira. En silencio, nos habla. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que un pueblo fiel, como ustedes, quiera detenerse ante este icono de un hombre flagelado y crucificado? Porque el hombre de la Sábana Santa nos invita a contemplar a Jesús de Nazaret.
Esta imagen impresa en el paño le habla a nuestro corazón y nos impulsa a subir al calvario, a mirar el madero de la cruz, a sumergirnos en el elocuente silencio del amor. Por lo tanto, dejémonos emocionar por esta mirada, que no busca nuestros ojos sino nuestro corazón. Escuchemos lo que él quiere decirnos con su silencio que va más allá de la muerte.
A través de la Sabana Santa nos llega la palabra definitiva de Dios: el amor que se ha hecho carne en nuestra historia; el amor misericordioso de Dios, que ha asumido todo el mal del mundo para liberarnos de su dominio.
Este rostro desfigurado se asemeja a tantos rostros de hombres y mujeres heridos por una vida que no respeta su dignidad, por guerras y violencias que afligen a los más vulnerables… Sin embargo, el rostro de la Sábana Santa transmite una gran paz; este cuerpo torturado expresa una majestad soberana. Es como si dejara transparentar una energía condensada pero potente; es como si nos dijera: “ten confianza, no pierdas la esperanza; la fuerza del amor de Dios, la fuerza del Resucitado, todo lo vence”.
Cuando miro al Hombre del Sudario, en ese momento, abrazo la oración que San Francisco de Asís pronunció ante el Crucificado: Dios Altísimo, Glorioso, ilumina la oscuridad de mi corazón y dame la fe verdadera, esperanza firme y amor incondicional. Dame, Señor, el sentimiento y el conocimiento correcto, para que cumpla tu misión sagrada y verdadera. Amén.