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La planta del pie derecho del “Hombre de la Sábana Santa” muestra una herida de forma cuadrada de la que brotó una gran cantidad de sangre. Probablemente, se trate de la marca de un clavo que atravesó ambos pies, entre los metatarsos.

En el Evangelio de Lucas y Juan, el resucitado les mostró a los discípulos las heridas de sus pies y manos para demostrar su identidad, de la cual la crucifixión forma parte.(Juan 20-25 y sig.; Lucas 24:36-40).

«Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu. Jesús les preguntó: « ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos
y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer».
(Lucas 24:36-41)

Ser condenado formalmente a la crucifixión implicaba clavar al delincuente al travesaño de la cruz y no solo atarlo a un poste en posición vertical como solía ser el caso de los fusilamientos en masa. Era común que el condenado a la cruz cargara el travesaño (patibulum) hasta el lugar de su ejecución, donde el poste vertical ya estaba erigido. Primero se elevaba el travesaño, al que el reo ya estaba maniatado o clavado, hasta la parte superior del poste, ubicado en posición vertical. Y recién después se clavaban los pies.

Heridas en los pies

Según el único hallazgo arqueológico óseo de una crucifixión que se encontró en Jerusalén, es evidente que también era posible colocar cada uno de los clavos en el poste desde los laterales perforando los pies. No obstante, es sumamente factible que, en otros casos, se superpusieran los pies del delincuente y que luego se los fijara al poste utilizando un único clavo colocado desde la parte anterior, tal como muestra la herida de los pies del Hombre de la Sábana Santa. Para facilitar la respiración y poder hablar, es probable que el crucificado se apoyara en los pies atados y clavados para erguirse y luego, por dolor y agotamiento, volviera a cargar el peso en el tren superior provocando un dolor tremendo por las heridas de las manos.

Clavo colocado de costado en un astrágalo (talus) Siglo I después de Cristo, Bet Shemesh (Israel)

En los cuatro Evangelios se habla de las palabras de Jesús en la cruz: Mateo 27-46; Marcos 15-24; Lucas 23-43 y siguientes y Juan 19-26 y siguientes. El diagnóstico traumatológico del “Hombre de la Sábana Santa” basta para entender lo que debió costarle a Jesús pronunciar sus últimas palabras estando en la cruz.

«… Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Después dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre […]» Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: «Tengo sed». (…) Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu»
(Juan 19:26-30)

Interpretación de las heridas de los pies