El Padre Arrieta murió el 30 de noviembre, en la Casa del Clero, a los 70 años.

Nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1949 y fue ordenado sacerdote en 1981. Estudió Misionología en la Universidad Urbaniana en Roma.

En 1986 regresó al país y se desempeñó como vicecanciller del Arzobispado porteño y director de la Junta Catequística Arquidiocesana. Asimismo, colaboró en las parroquias Santa Rosa de Lima y Nuestra Señora de Caacupé. En 1993 terminó la licenciatura en Derecho Canónico en la U.C.A. y en 1994 fue nombrado párroco de Nuestra Señora de Loreto, donde durante 23 años llevó adelante innumerables iniciativas y actividades de alcance social.

En 2011, la Legislatura Porteña lo declaró “Ciudadano Ilustre”, en reconocimiento a sus importantes acciones en el ámbito de la caridad. El diputado Patricio Di Stefano, expresó en esa ocasión: “el Padre Arrieta es un héroe y tiene el valor del coraje para lograr lo que logra. Para ser digno del reconocimiento como Ciudadano Ilustre uno tiene que haber realizado una contribución importante a la Ciudad y sin dudas que el Padre la ha hecho”.

En los últimos años integró la Comisión Arquidiocesana para las Causas de los Santos y trabajó incansablemente en la Catedral Metropolitana, donde fue el encargado de lidiar con las presentaciones de apostasía.

Como Capellán Magistral de esta Asociación, participó con dedicación en la formación doctrinal y atención espiritual de nuestros miembros, especialmente de los enfermos, y en lo que concierne al carácter espiritual de nuestras obras.

Sus restos fueron velados en la capilla de la Casa del Clero, donde residía. La misa de exequias fue concelebrada por los Obispos Auxiliares Monseñores Baliña, Sucunza y Eguía Seguí y varios sacerdotes. Posteriormente, sus restos fueron sepultados en el Cementerio de La Recoleta, donde el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Mario A. Poli, rezó el responso.

El sábado 7 de diciembre el Pbro. Alejandro Russo, Rector de la Catedral Metropolitana, ofició una Misa de Conmemoración por su eterno descanso, a la que asistieron autoridades, miembros y voluntarios de la Orden.

Rectitud, sencillez, humildad, prudencia y entrega fueron algunas de las virtudes que rigieron su vida y su sacerdocio.

Querido Joaquín, ¡cómo te vamos a extrañar!

Señor, dadle el descanso eterno. Y brille sobre él la luz eterna. + Amén.