Como parte de esta iniciativa que nuestra Asociación ha implementado, el Dr. Ariel Busso –presbítero doctorado en Derecho Canónico–, ha ofrecido una videoconferencia sobre “el delicado discurso de la libertad”, con la participación de casi 100 personas, entre Caballeros, Damas, voluntarios y otros asistentes.

El orador inició su videoconferencia recordando una anécdota del Dr. Viktor Frankl. Cuando éste llegó a Nueva York, después de haber sobrevivido en campos de concentración, la vista de la famosa Estatua de la Libertad lo enmudeció. Aclaró más tarde que ese imponente símbolo debería estar acompañado por la estatua de la Responsabilidad.  La relación entre libertad y responsabilidad son centrales en nuestras conductas; y el ejercicio de la libertad sin un orden, sin responsabilidad, es libertinaje.

Al respecto, podemos observar cuatro características de la libertad recurriendo al uso de las preposiciones simples:

  1. Libertad “frente a”
  2. Libertad “en”
  3. Libertad “de”
  4. Libertad “para”

Frente al Dios misericordioso no tenemos vínculos de esclavos. Frente a Dios tenemos que presentarnos como somos. La “libertad frente a” significa la libre adhesión de un hijo y de un amigo. La filiación y la amistad se mueven libremente. Esa libertad es la que ejercieron los Santos cuyos ejemplos nos pueden guiar en la vida.

Nunca se logra fácilmente la libertad frente a Dios. El dolor descompone muchas veces el sentimiento de esta libertad; y desatarnos de las cosas vanas y luego del sufrimiento, nos permite adquirir una libertad inigualable.

En el fin de su libro Diario de un cura rural, Bernanós relata la última e inesperada jornada del joven sacerdote protagonista del relato. Luego de visitar a un médico equivocado, perder el tren de regreso a su pueblo y quedarse sin dinero, pide la hospitalidad a un antiguo compañero de seminario y ex cura que vive en una pocilga. Comienza el joven sacerdote a vivir su Getsemaní, enfrentándose mucho antes de lo pensado con la muerte en ese ambiente de sordidez, en contraste con los sentimientos que abrigó en su vida.

El cura, frente a la muerte, piensa como Santa Teresita de Lisieux: “si tengo miedo lo diré, ¿por qué no?”. Piensa que su ángel custodio reiría si se presentase disfrazado de héroe. Él sabe que no es un súper hombre, siente una terrible angustia; y ofrece su agonía como el más bello acto de amor, consolado porque Jesús, en la angustia de la cruz, había cumplido perfectamente su propia humanidad, perdonando y justificando a sus verdugos.

El moribundo no encuentra quien le asista con el Santo Viático. Sin embargo, le embargan sentimientos de piedad por su antiguo compañero que lo asiste. Recuerda el haber amado a mucha gente y también haber amado ingenuamente. En esa extraña agonía, que no había esperado, recibe una gracia consoladora: la reconciliación consigo mismo, que es a su vez la reconciliación con Dios. Sucede entonces que le pide al amigo y exsacerdote que le alcance un rosario y que lo absuelva de sus pecados. A razón del exsacerdote por expresar su lamento al no poder darle la Unción, el protagonista responde: “Pero, ¿qué dices? Todo es gracia” a la manera de Sta. Teresita- “frente a Dios tengo que presentarme tal cual soy”. Ser siervos en el amor es cosa de Dios; hacerse siervos por el amor es una cuestión nuestra.

La segunda característica es “libre en” que se manifiesta en la dedicación a las cosas de Dios, cada uno en su ámbito, en un lugar determinado. La rutina, el cansancio o, peor aún, el hastío afecta a las personas. La costumbre de trabajar y hacer siempre lo mismo sin profundizar el misterio que conlleva, produce rutina y esclaviza en su propio territorio.

Tener libertad en la fe supone el conocimiento de, obediencia de, cuidado de, presencia de, ternura de. La libertad “frente a” es presupuesto básico para tener “libertad en”. El trabajo por amor es consecuencia de la libertad de ser y sentirse hijo y no esclavo de aquel que es amor.

Se puede requerir algo al otro cuando nos sentimos libres “en” el otro. “A Dios con humildad, hablarle como Padre”, indica Santa Teresa de Ávila. Debemos vivir cómodamente en el amplio de lo que es conseguido por la Gracia de Dios. Los escrúpulos y las culpas son lastres del hombre viejo y dejar lugar al reflejo de la misericordia. Un ejemplo cercano es la del esclavo Manuel, quien cuidaba en Luján la imagen venerada de Nuestra Santa Patrona. Decía: “yo soy de la Virgen; aquí soy libre”.

La tercera es “libertad de”. Como cristianos debemos ser libres de las cosas y de nosotros mismos. Se trata de la libertad de todo ligamen, léase el dinero, los honores, el poder, la carrera, los sucesos de la vida en los otros. Es lograr coherencia en nuestras conductas con la predicación del Evangelio.

Jesús tuvo la previsión de preparar a un grupo de seguidores, libres de exigencias, disponibles de ir siempre más allá de las ventajas y pretensiones personales, ocupados en compartir el don gratuito recibido. Estar “libres de” ayuda a soltar el alma hacia otros horizontes más amplios.

St. Exupéry compara en su libro La ciudadela el encuentro con esta libertad con la llegada al mar de aquellos que en caravana venían de lejos después de atravesar el desierto y compartir el agua en algún oasis. Volvían luego de estar en el mar cargados de inmensidad.

La cuarta y última es: “libertad para”. Anunciar el Evangelio con autoridad quiere decir exhibir el testimonio de un amor fraterno e incondicionado. Nuestra palabra será estéril si no está acompañada del testimonio de la caridad. La libertad es para el amor y es su condición indispensable. El “amor a mí mismo para amar a otros” es retórico porque es necesaria la bilateralidad, la alteralidad en nuestros vínculos. St. Tomás Moro dijo que no hay peor cosa que la palabra “yo”, evidenciando el egocentrismo que nos encierra.

San Pablo, por su parte, exhortaba a la adhesión del Evangelio. Él exhortaba, no ordenaba. El cristiano custodia y cuida la propia libertad para poder amar en plenitud. Por esta razón es necesario huir de los lamentos por lo que nos toca hacer; los lamentos y las quejas se transforman en tristes desilusiones, en desalientos. El que está desalentado mortifica, llega a odiarse a sí mismo y a los otros. El desaliento es contrario a la libertad porque aprisiona. “Si Dios está con nosotros, quién contra nosotros” les recuerda San Pablo a los cristianos de Roma.

Es necesario reflexionar sobre nuestras ataduras y esclavitudes con lucidez y coraje. La falta de libertad de los creyentes provoca daños y parálisis a la evangelización. Libertad y dignidad van unidas en los seres humanos, entendiendo que toda persona consciente de su dignidad debe defender su libertad exterior –de movimiento o maniobra– y, sobre todo, la libertad interior.

La Fe es un acto libre, personal. Significa emplear nuestra libertad para abrazar el Evangelio. La Fe es el asentimiento intelectual de lo que no es evidente por sí mismo sino por la autoridad de donde viene. La Fe es un asentimiento por devoción.

 

Para su reflexión, se sugiere el siguiente libro:

Busso, A. D. (2016). Amarte sin ahogarte, valorarte sin juzgarte. Buenos Aires, Argentina: Universidad Católica Argentina.